viernes, 2 de marzo de 2012

Capitulo 1 - Devastated

Todo está oscuro. La claridad se ha perdido en alguna parte de este pequeño río en las afueras del Emporio y, junto a ello, han aparecido a mi alrededor tantos cuerpos desangrados e inmóviles flotando en el agua como las boyas que se encuentran en los mares que nos están prohibidos. ¿Quienes serán cada uno de ellos? ¿Deudores? ¿Ciudadanos sin cargos acreditados victimas de un mal día de las Autoridades? ¿Opositores o idealistas masacrados sin piedad por la militancia…? A estas alturas no sabría adivinarlo. Las muertes son mas frecuentes que el nacimiento de un niño. Con solo deberle más de treinta dólares al Gobierno o intentar desafiarlos, una ejecución o sometimiento a la Plantación o la Hacienda, es lo que, con mayor seguridad, se puede esperar. El temor esta infundido sobre cada uno de nosotros como la muerte misma, e incluso la muerte, es una opción mas viable que soportar los constantes ataques casi terroristas a los que estamos obligados a hacer frente. Ver morir a alguien es tan normal como ver la luz del Sol.

Con el tiempo, en esto es en lo que se ha convertido Australia. El país simplemente se ha sumido en un mar de angustias e incesantes desgracias que han roto los parámetros considerables de desgracias, mientras que el Gobierno goza de nuestras riquezas y de sus inescrupulosos asesinatos, y los que estamos en un rango inferior, vivimos con la idea incesante de que en el momento en el que decidan que ya es hora de acabar con la estirpe humana que habita el territorio Oceánico, no habrá nada que los detenga.

Pienso en que quizás, después de todo, los comentarios que hace Nancy sean ciertos, y este rio, como tantos otros, sea uno de los cementerios provisionales del Gobierno, las aguas negras en las que pueden deshacerse de los cuerpos de los infelices hediondos que cubren las calles de todo el país.

Me encuentro rodeada de gente mugrienta y sin vida, pero no me siento atemorizada. En cambio me ha surgido cierta curiosidad, por lo que me acerco a nado con lentitud hasta lo que parece ser el cuerpo de un hombre. Desde una distancia considerable noto como su piel ha adquirido un color grisáceo y su ropa esta rasgada y sucia. Sus uñas están mugrientas y su cabeza parece haber sido golpeada con la fuerza de un mastodonte. Justo en medio de su estomago los orificios causados por varios y profundos balazos -obra sin lugar a dudas de un fusil-, le han marcado; y sus facciones se han perdido entre rasguños y golpes.
  
Ahora vuelven a mi mente aquellos llantos, gritos, maldiciones, y la imagen inmediata que se formo en mi cabeza cuando describieron las condiciones en las que se encontraba su cuerpo; mi madre sujetando su estomago embarazado y pidiendo a gritos una y otra vez que lo que le confesaban fuese mentira. Recuerdo que yo permanecía en un rincón apartado del cuarto diminuto y mohoso en el que nos toca vivir, escuchando atenta, decidida a mostrarme fuerte ante aquella circunstancia, pero destruida y perdida por dentro. Habían vuelto a hacer de las suyas…

Rodeo el cuerpo del hombre con una pizca de pavor. Esta muerto, me repito para mis adentros, y como si escuchase mis pensamientos e intentara decirme, de alguna manera extraña, que porque esta en malas condiciones y atravesado por balas, él aun sigue con vida, el azul oscuro se hace paso tras el repentino levantamiento de sus parpados.

Estoy apresada en el agua helada de este rio. Es como si hubiese una especie de capa de hielo en la superficie que no me dejase salir y ahora me encontrara intentando aguantar el aliento para no ahogarme. Con una dificultad tremenda logro emeger de las profundidades. La respiración que he estado conteniendo todo este tiempo se libera de inmediato y toso un poco del liquido que he tragado. El corazón parece querer salirse de mi pecho con tanto furor que me duele. Mi visión tarda unos momentos en ajustarse a la débil luz que se ausentaba en el agua. Me vuelvo hacia atrás y me cercioro de que lo que he visto no es cierto. Una sensación de vértigo ligada con el pánico me han embaucado. Se que ha sido solo una visión por ingerir agua en demasía; sin embargo, aun es como si pudiese observar sus ojos azules convertidos en un bloque de hielo, perdidos en un sueño infinito y despojados de todo brillo; y sabiendo así que todo era una ilusión, el corazón sigue tan acelerado como minutos atrás y la resequedad de la garganta sigue picándome a pesar de toda el agua que ingerí. Tiemblo por el frio que me rodea.

“Pensé que te habías ahogado allá abajo.” ─ reconozco la inconfundible voz de Lindsey, pero me giro para comprobar una vez mas que no me estoy convirtiendo en una demente.

“¿Qué haces aquí? ¿Sabes que si te encuentran podrían reclutarte a cualquier parte del país sin ningún problema?” ─Le recuerdo, acercándome a nado hasta la orilla del rio.

Su diminuto y delgado cuerpo permanece de cuclillas en la orilla, y el agua sigue la ligera danza de sus manos. El dorado blanquecino de su pelo esta recogido con un colero improvisado que, a pesar de todo, la hace lucir hermosa y elegante.

Sonrío ante el sentimiento de vulnerabilidad que ella evoca.

“Teniendo en cuenta que ambas estamos en el mismo lugar y a la misma hora, no cabe la menor duda de que, en dicho caso, ambas seriamos reclutadas. ─dice sonriendo. “Y la pregunta correcta seria algo así como: ¿Qué hacemos aquí?”

Le lanzo una mirada irritada que ella ignora.

“Necesitaba estar sola. Deseaba volver a experimentar la misma sensación de prohibido que adoro.” ─replico, acercándome hasta ella y mojando un poco su cuerpo con el agua que chorrea de mi ropa. “¿Hay algún problema en ello, miss correcta?”

“Tenemos que irnos, Eiria. Tu madre ha estado preguntando por ti. Haz desaparecido sin ni siquiera avisarle.” ─comenta, la expresion de su rostro neutra.

“¿Eso te dijo? ¿No será que esta demasiado ocupada como para haberse dado cuenta cuando me he ido?”

“Oh, vamos, que ambas sabemos que no te tomaste la molestia de decirle que saldrías. A tu madre le daría un infarto si llega a saber que estas a estas horas aquí. ¿No lo crees?” ─ Lindsey me dirige su usual mirada reprobatoria ante la usual falta de conciencia que tengo al realizar mis actos.

En estos momentos no me importaría desafiar a mi madre y a las Fuerzas Armadas, la Aviación y la Marina por sentir el agua bañarme entera con su delicado tacto. Sin embargo, comentar esto con ella me llevaría a tener un debate sobre las consecuencias que, hacerles frente a las Autoridades, acarrean.

Tiro de la toalla desgastada por los años que utilizo y la deslizo por todo mi cuerpo, intentando secar un poco la ropa mojada. Observo con cuidado a Lindsey, porque la encuentro diferente. Ella parece más desanimada y triste de lo normal, y aunque temo desde el instante mismo en el que veo su expresión desolada, me siento en la necesidad de saber lo que le sucede.

“¿Lind, ocurre algo?” ─pregunto, colocando mis manos sobre sus manos con vacilación porque no estoy segura de si eso seria lo correcto. Su mente se pierde por un momento y luego ella me mira, sus hermosos ojos azules que tanto me recuerdan a mi padre posados fijamente en mí. “¿Lindsey?” ─vuelvo y demando.

“Mi padre ha sido transferido, Eiria” ─Ella se evade de mi mirada y, con dificultad, contesta a mi pregunta insistente.

Me toma unos segundos procesar la información tal como ella me la ha proporcionado.

“¿Tu padre? ¿A dónde? ─ pido saber, sorprendida por su respuesta.

“Al Norte. Quieren que opere desde allá, y si no cumple con las ordenes, bien sabes que podrían…” ─dice, cuidando cada palabra que pronuncia. Advierto con temor como las lágrimas han comenzado a inundar sus sonrosadas mejillas.

“No tienes que continuar” ─la detengo, tragando con fuerza el nudo que se ha formado en mi garganta. Esto no puede empeorar más, pienso.

“No quiero marcharme. No ahora, por lo menos.” ─declara sollozando. Me acerco a ella y la abrazo con tanta delicadeza como si fuese a romperse entre mis brazos como una muñeca de porcelana.

Mis ojos han comenzado a arder y las palabras se han entremezclado todas y ya no se ni que responderle. Si ella se marcha yo estaré perdida y completamente sola entre tantas personas.

“Pero debes hacerlo, ¿cierto?” ─afirmo, mas que pregunto.

“Si…” ─ella mira al suelo y luego a mi. “Podrían venir tu madre y tu hermano contigo. Hasta Nancy y los niños.” ─propone, con una repentina y radiante sonrisa, esperando la respuesta que sabe que no vendrá.

Si queremos salir del Estado como mucho, tendríamos que pedir una autorizacion ante el Sindicato, y con los antecedentes que cargamos, eso seria algo tan lejano como vivir en una casa en la que no filtre el agua cuando llueve. Aparte que emigrar costaría un monton de dinero que no tenemos.

“Es imposible. Nunca nos darían una licencia para salir del Estado e emigrar al Norte.”

“Mi padre podría intentar conseguir un permiso. Ambas sabemos que la situación del Norte es mejor que la de estos lares. Si nos vamos es mas probable que no terminemos muertas  y con un agujero en la cabeza” ─ alega. Ella seca su rostro con sus manos y siento que me voy a quebrar en estos momentos.

 “Vamos, ya esta oscureciendo.”─ digo,  en un tono irritado, adelantando el paso.

Caminamos todo el trayecto hasta el Emporio en un silencio colosal. Yo, por mi parte, me he sumido en un sin fin de conclusiones que parecen no tener un final feliz por donde quiera que las mire.

La economía del Norte es una de las mejores y la corrupción no se ve a tan gran escala, pero aun asi nada cambia. Seguimos siendo un país marchitado por años y años de dictadura desmedida y calculada a cargo de un General despiadado e inhumano, que se aprovechó de las situaciones de desesperanza de los pueblos, luego de una serie de inevitables catástrofes naturales que sumieron al país en la desgracia y en la pobreza. Pienso en que seguimos bajo una dictadura que parece no tener fin y que, mientras sigamos asi, las probabilidades de vivir mucho tiempo, son nulas. Nada cambia, si se mira desde otra perspectiva, y aunque quiero ser optimista y ver esta proposición como una manera de salir de la miseria, me he visto obligada a enfrentar la realidad como venga, sin importar que esta me haga quebrarme.

Empujo levemente el cuerpo de Lind hacia un lado, intentando salir un poco de la situación incomoda en la que nos hemos sumido.

“No sabes cuanto me encantaría ir. Si todo dependiera de mi, hace años que me hubiese marchado sin dejar rastro de que alguna vez viví aquí ─si a esto se le llama vida.” ─comento. Espero que ella diga algo, pero hemos llegado frente al Emporio, donde nuestros caminos toman distintas direcciones.

“Solo piénsalo” ─es su respuesta. Y veo como se aleja sin decirme nada mas, perdiéndose entre el tumulto de comerciantes y niños que rondan las calles mugrientas de la zona.

¿Qué hare yo cuando ella se vaya al Norte? Se que no será igual. Ella se ira junto con sus padres y sus hermanos, y quizás rehaga su vida mediante mejores condiciones. Tal vez logre enamorarse, pero los tal vez no son una respuesta. Podría de igual manera ser asesinada, y ¿entonces qué? Nunca me enteraría, si se va, nunca mas podríamos volver a vernos o comunicarnos, toda conexión desaparecería, y la vida como la conozco, se convertiría en mi infierno personal. En este momento todo lo que se es que se largara de aquí como tan pocas personas pueden permitirse, y aunque quiera evitarlo, también se que no puedo.

El Emporio se cierne alto y enorme delante de mí. Lo que antes era uno de los centros de comercio mas prospero del Australia Central, se ha convertido en el techo de cientos de hombres, mujeres y niños que han perdido sus hogares. La pintura ha desaparecido casi al completo y las paredes han adquirido cierto color verdoso. Las columnas es5tan corroídas y se prevee ─al menos Nancy y yo preveemos─ que no durara en pie mas de dos décadas o incluso menos. Nancy vive aquí con sus nietos huérfanos, en lo que antes era una tienda de alto prestigio en el primer nivel, y que ahora ella y mi madre utilizan como puesto para vender alimentos que el Sr. Ledger les ofrece a un muy bajo precio y que, aun asi, solo las personas que logren hacerse con mas de dos dólares al dia pueden concederse.

La tienda ha sido el único medio que nos ha proporcionado dinero suficiente para poder sobrevivir a todos estos desgraciados años y pagar cinco dólares mensuales al Estado por la hipoteca de la habitación que nos sirve como casa. Así como cinco dólares mensuales por cada uno de nosotros. Por, de alguna manera, exisitir.

Recorro todo el trayecto hasta la puerta del Emporio sintiéndome ligeramente mareada y preocupada. Los niños y niñas que juegan en la calle con una vieja y gastada pelota de futbol que unos años atrás el Sr. Ledger les regalo, se cruzan en mi camino y tengo que prácticamente correr para no permitir que me arroyen con sus rápidos movimientos. Logro divisar a Caine entre todos ellos, y aunque se que mama le tiene prohibido jugar después de las 6 de la tarde, continuo andando para no arruinarle el partido y no hacer que se enoje conmigo.

Tiento mi vestido de algodón que logre comprar en una paca hace dos años y que ahora me queda por encima del muslo, pidiendo que se haya secado lo mas posible. Con alivio compruebo que ya ha dejado de chorrear.

Abro la puerta de la tienda y veo varios harapos de limpieza y dos cajas esparcidas por el suelo. Nancy esta ordenando las estanterías oxidadas de la tienda con el mismo esmero con el que peina a Khya y a Lucy. Las arrugas que inundan su cansado rostro son mas notables a cada día que pasa, y se, aunque ella intente ocultarlo, que el cáncer ya esta empezando a derrotarla.

“¿Por qué no dejas eso y permites que yo termine de arreglarlo?” ─la saludo, sonriendo porque se que estoy en problemas.

El delgado y escuálido cuerpo que se esconde detrás de la ropa holgada, se vuelve hacia mí con lentitud. Una sonrisa socarrona se extiende por sus labios.

“¿Crees que con eso te vas a eludir de un buen regaño por parte de Susan?” ─pregunta, lanzándome un pequeño trapo sucio para que limpie los estantes y vitrinas.

“Espero que si” ─respondo, porque de verdad lo espero.

No quiero tener que discutir con ella el día de hoy. No cuando mi padre cumple tres años de muerte, y ella esta más sensible que nunca.

“Tienes suerte de que tu madre ha salido temprano y de que yo le diré, solo porque te quiero como si fueses otra de mis nietas, que haz estado aquí toda la tarde.” ─dice ella.

Yo le doy las gracias con una sonrisa.

 “¿Donde esta mama?” ─le pregunto, encontrándome extraño que haya desaparecido por tanto tiempo.

“Vino y me ayudo en la mañana y luego me pidió el resto del día libre. Quería pasar a visitar la tumba de Colin.” ─me responde.

Pienso por quinta vez en todo el día que no he ido a visitar a mi padre desde su muerte. Detesto que nos hubiese dejado solos y decidiera embarcarse en una causa que nos dejo más miserables que nunca y que, al fin y al cabo, no ha servido de nada. En aquellos momentos de querer ser el héroe libertador del país, se olvido de la familia; de que dejaba a una mujer embarazada y a dos niños, y que así como el sufrió las consecuencias de su rebeldia, nosotros la sufrimos mucho mas.

“Entiendo.” ─digo en un susurro, la voz perdiéndose en el aire.

Ambas nos dedicamos a la tarea de asear la tienda, sin mencionar a mi madre ni a mi difunto padre, porque Nancy sabe que no soporto hablar del tema y yo se que con solo mencionarlo se me saltan las lagrimas.

Cuando terminamos, el reloj que cuelga de la pared da las 7:30 p.m., treinta minutos antes del toque de queda. Todos los lugares tienen la obligación de tener un reloj en sus casas o en sus puestos de trabajo, y estos están colgados incluso  en los edificios deteriorados y apunto de derrumbarse. Las autoridades vigilan las calles todos los días desde ese hora, y quien no este entre puertas y aun vague por las calles, bien podría llevarse unos buenos golpes e incluso la muerte.

Lo mismo le paso a varios hombres alcoholicos y moribundos y a una mujer, pero recuerdo mas el caso de Lidia, una chica morena y bajita que acababa de dar a luz recientemente a un niño y quien tenia a su esposo reclutado en la Hacienda. Ese dia, su hijo mayor, había desaparecido. Todos los que estábamos cerca y conocíamos a la mujer la ayudamos a buscarlo por los alrededores y no encontramos nada. Cuando dio el toque de queda las calles se vaciaron y parecían un desierto. Lo recuerdo porque la mataron cerca de la habitación y pude huzmear por la ventana que daba a la calle. Se le dijo un millón de veces que entrase a su casa, pero la mujer solo permanecia llamando una y otra vez el nombre de su hijo desaparecido, como si fuese a aparecer porque si. Las autoridades llegaron y la encontraron, y como era de suponer, tomaron rienda suelta y la golpearon con la batuta en la cabeza. Ella nunca volvió a despertar, y de su hijo desaparecido no se supo mas. El niño recién nacido quedo huérfano y se convirtió en uno de los nietos de Nancy, Jordan.

Yo tomo una manzana y la muerdo, sintiendo la ansiada sensación que produce comer el primer bocado en todo el día.

“¿Donde estuviste hoy?” ─pregunta Nancy, mirándome expectante y esperando una respuesta certera.

Se que si le digo que estuve todo este tiempo en el rio y que permanecí allí después de la seis, ella se enojara tanto o mas que mi madre, así que le digo que estuve todo el día con Lindsey.

“¿Estas segura?”

“Por supuesto que estoy segura, Nancy. No te mentiría nunca ni en mis mas extraños sueños.” ─le aseguro.

“Bueno, y ¿por que será que Lindsey vino aquí preguntando por ti y, según tu, estuviste todo el día con ella?” ─replica. Escondo mi rostro entre mis manos y luego lo levanto, decidida a enfrentar lo que venga.

“Yo…” ─mis palabras se detienen al escuchar fuertes alaridos provenientes de las calles. Nancy parece haberlos escuchado también, y en el mismo instante ambas corremos afuera, yo sintiendo como el pánico y la preocupación se apoderan de mi hasta las entrañas.

Vemos a todos precipitarse por las calles, asustados, y pienso en los niños. En las caras arañadas y quemadas por el Sol y en como se siente observarlos dormir después de un cansado dia. Le digo a Nancy que me espere en la tienda, y aunque en un principio no quiere obedecer, ella aguarda. Ambas estamos aterradas porque podría ser, con toda seguridad, una revuelta.

Diviso a Khya y a Lucy abrazadas en un pequeño rincón cerca del Emporio y me acerco a ellas, sintiéndome aliviada porque no les ha pasado nada. Las niñas, tan diferentes una de la otra, se echan a llorar cuando me ven, pero no es momento de consolarlas, asi que hago que vayan a la tienda todo lo rápido que puedan y hasta que no las veo entrar por la puerta, no me alejo.

Me hago paso entre la algarabía que se ha producido, y el polvo de las calles destrosadas me hace toser. Las personas corren de un lado para otro, y con dificultad  observo mi hermano correr hacia mi.

El pelo color zanahoria que ambos tenemos y que heredamos de nuestra madre, se distingue entre tantos niños rubios  y morenos que también intentan salvarse de esta.

“¿Donde esta Jordan?”le grito, para hacerme escuchar. Sus manos tiemblan y las aprieto fuertemente, para darle animos, aunque yo los necesito mas.

“No lo se, Eiria. Estaba jugando con los demás niños y conmigo antes de que aparecieran los oficiales.” ─dice balbuceando.

“De acuerdo. Tu… solo vete a la tienda y quedate con la tia Nancy y las niñas alla. En caso de que mama llegue, dile…” ─me he quedado sin nada que decirle a mi hermano en esta ocasión.

Desde donde estamos, veo el pelo castaño de Jordan correr hacia la tienda, y tan sutil y fugazmente, el cuerpo de mi madre siendo arrestada por unos oficiales de uniforme negro que no son de los que pertenecen a la patrulla de vigilancia.

“Eiria…” ─dice, asustado mi hermano.

“Solo vete, Caine. ¡Vete ahora!” ─le grito, empujándole para que se vaya. Lo veo correr, y de inmediato yo hago lo mismo. Hasta donde están aquellos hombres y mi madre, porque no puedo permitir que también me la quiten.

Mataron a mi padre porque estaba en contra de la corrupción que reinaba en todo el país. Lo mataron porque fue uno de los pocos que se atrevió a desafiar el Gobierno sin importar lo que dejaba al meterse en ello. Y ahora se la querían llevar a ella y quizás matarla también.

El pelo de mi madre cubre su rostro. No puedo ver sus castaños ojos, pero se que se siente destrozada y esta llorando. Como lo hace todas las noches desde hace tres años.

“¡Mama!” ─grito. Unos guardias me toman de los brazos y me retienen para que no me acerque. Ella aun no me ha escuchado, y si lo ha hecho, no ha mostrado signos de ello. “¡Mama!”

Me arrojo al suelo, y la tierra y las piedras me arañan la piel de las rodillas y las piernas. Siento como las lagrimas han inundado mis mejillas y todo se derrumba a mi alrededor.

“!Susan¡” ─vuelvo y grito, sintiéndome ya sin fuerzas.

Ella me mira, fugazmente, pero se que me observa, y luego veo como la meten en una camioneta militar que desaparece por la carretera dejando una ola de polvo.

“¡Mama!”

“¡Callenla!” ─escucho decir a alguien. Levanto mi mirada y me encuentro con unos frios ojos grises.

“Como usted ordene, Sargento Scott.” ─dicen los oficiales que me retienen al unisono.
Ambos me toman por el pelo y me levantan del suelo con rudeza.

Mi rostro queda al mismo nivel que el del tal Sargento Scott, y el hombre, mirándome con sus ojos asquerosos, me dirige una sonrisa ironica y repugnante.

“Asi que eres hija de esa zorra, ¿eh?” ─dice el, tocando mi brazo.

Yo alejo mis brazos con rapidez de sus callosas manos y le escupo en la cara, con lo que el parece disfrutar de mi reacción, y luego cuando veo que se voltea, pienso que me van a dejar tranquila. Y vuelve su mirada hacia mi, y siento luego el caliente y agudo dolor de un manotazo en mis mejillas.

Las calles están vacias y los murmullos y gritos han cesado al completo.           

“Llévensela. Quizás le venga bien una larga estancia en el purgatorio.” ─manda.

Los hombres inútiles agarran fuertemente mis brazos.

“¡Tu y Angus Shielf son unos hijos de perra!” ─grito, forcejeando con los oficiales que me tienen retenida y mostrándome reticente a dejarme ir.

El hombre que esta a mi derecha me sonríe, porque al parecer es lo único que saben hacer, y de repente un agudo dolor se siente por mi cuello.

De repente me siento cansada, y mis ojos se van cerrando de a poco. Caigo al suelo, sintiéndome débil y sin fuerzas, como cuando has llorado mucho y no ya no das para mas. Todo lo que veo son unos frios ojos grises que poco a poco se van volviendo azules…

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